sábado, 31 de julio de 2010

LA FELICIDAD Y LA TRISTEZA

Estás triste, no te identifiques con la tristeza. Conviértete en su testigo y disfruta del momento de tristeza, porque la tristeza tiene su propia belleza. Nunca la has observado. Te identificas tanto, que nunca has penetrado en la belleza de un instante de tris­teza. Si observas, te sorprenderá descubrir todos los tesoros que te has estado perdiendo. Observa; cuando eres feliz nunca tienes la profundidad de cuando estás triste. La tristeza posee profundi­dad; la felicidad es superficial. Ve y observa a la gente feliz. La mal llamada gente feliz -los playboys o playgirls-, los encontrarás en clubes, en hoteles, en teatros. Están siempre riendo y burbu­jeando de felicidad. Les verás siempre superficiales, frívolos. Care­cen de profundidad alguna. La felicidad es como las olas en la superficie; vives una vida superficial. Pero la tristeza es profunda. Cuando estás triste no es como las olas de la superficie; es como la profundidad del océano, kilómetros y kilómetros.

Entra en esa profundidad, obsérvala. La felicidad es ruidosa; la tristeza conlleva un silencio. La felicidad puede ser como el día; la tristeza es como la noche. La felicidad puede ser como la luz; la tristeza es como la oscuridad. La luz viene y se va; la oscu­ridad permanece, es eterna. La luz aparece a veces; la oscuridad está siempre presente. Si entras en la tristeza, sentirás todo esto. De repente te darás cuenta de que la tristeza es como un objeto; la estás observando y contemplando y de repente empezarás a sen­tirte feliz. ¡Qué tristeza tan maravillosa! Una flor de la oscuridad, una flor de las profundidades eternas. Como un abismo sin fon­do, silencioso y musical; sin ruido alguno, sin alteraciones. Uno puede ir cayendo y cayendo eternamente en ella y salir absoluta­mente rejuvenecido. Es un descanso.

Depende de la actitud. Cuando te entristeces crees que ha ocu­rrido algo malo. Interpretas que algo malo te ha sucedido y enton­ces empiezas a escapar. Nunca meditas sobre ello. Entonces quie­res ir a alguna parte, a una fiesta, al club, enciendes la televisión o la radio, o empiezas a leer el periódico; algo para poder olvidar. Ésta es una actitud inadecuada y que te ha sido implantada: la tristeza es algo malo. ¡No hay nada de malo en ella. Es el otro polo de la vida.

La felicidad es un polo; la tristeza el otro. La dicha es un polo; el sufrimiento otro. La vida consiste en ambos; la vida es un ritual debido a ambos. Una vida sólo de gozo tendría extensión, pero no profundidad. Una vida sólo de tristeza tendría profundidad, pero no tendría extensión. Una vida de tristeza y gozo es multidimensional. Abarca todas las dimensiones simultáneamente. Observa una imagen de Jesús o la estatua de Buda, y las encontrarás a ambas: un gozo, una paz; y también una tristeza. Descubrirás que la dicha contiene también tristeza, porque esa tristeza le da profundidad. Obsérvalos: dichosos, pero aun así tristes. La misma palabra "triste" implica connotacio­nes equivocadas: hay algo que está mal. Ésta es tu interpretación.

Para mí, la vida es en su totalidad buena. Y cuando compren­des la vida totalmente, solamente entonces puedes celebrar. Si no es así, no puedes. Celebrar significa: suceda lo que suceda, es irrelevante; lo celebraré. La celebración no depende de nada. Ni del "Cuando sea feliz, entonces lo celebraré", ni del "Cuando sea infeliz, entonces no lo celebraré". La celebración es incondi­cional. Yo celebro la vida. Si me trae infelicidad, de acuerdo; lo celebro. Si me trae felicidad, de acuerdo; lo celebro. La celebra­ción es mi actitud incondicional a lo que la vida me presenta, es agradecer todo aquello que la vida entrega. Sea lo que sea lo que Dios te dé, la celebración es gratitud, es agradecimiento.

Celebra; sea lo que sea. Si estás triste, entonces celebra estar triste. Inténtalo. Haz una prueba y te sorprenderá; sucede. ¿Estás triste? Empieza a bailar, porque la tristeza es realmente hermosa, es una silenciosa flor del ser. Baila, disfruta y de repente sentirás que la tristeza está desapareciendo; se está creando una distancia.

Lentamente, te olvidas de la tristeza y celebras. Habrás transfor­mado la energía. Esto es lo que significa "alquimia": transformar el burdo metal en preciado oro. La tristeza, la ira, los celos,... todos los burdos metales pueden ser transformados en oro por­que están formados por los mismos constituyentes que el oro. No hay diferencia entre el oro y el hierro porque poseen los mismos constituyentes, los mismos electrones. ¿Habías pensado alguna vez que un trozo de carbón y el más grande diamante del mundo son simplemente lo mismo? No son diferentes. En realidad, el carbono comprimido por la tierra durante millones de años se convierte en un diamante. La diferencia está sólo en la presión, pero los dos son dióxido de carbono, los dos están constituidos por los mismos elementos.

Si estás triste, entonces te digo que celebres, que bailes, que cantes. ¿Qué puedes perder? Como máximo, perderás la tristeza; nada más. Pero tú crees que es imposible. Y la idea misma de que es imposible no te permite intentarlo. Y yo te digo que es una de las cosas más fáciles del mundo, porque la energía es neutral. La misma energía se transforma en tristeza; la misma energía es la que se transforma en ira; la misma energía es la que se convierte en sexualidad; la misma energía es la que se transforma en com­pasión; la misma energía es la que se convierte en meditación. La energía es una. No tienes diferentes clases de energías. No tienes la energía en compartimentos separados en los cuales una energía es etiquetada como "tristeza" y otra energía es etiquetada como "felicidad". Las energías no existen separadamente, no están cla­sificadas. En ti no existen compartimentos separados. Simple­mente eres uno. Esta única energía se convierte en tristeza, esta única energía se transforma en ira. Depende de ti.

Has de aprender el secreto, el arte de cómo transformar las energías. Simplemente dale una dirección y esa misma energía empezará a moverse. Y cuando existe una posibilidad de trans­formar la ira en gozo, la codicia en compasión, los celos en amor... ¡no sabes lo que te estás perdiendo! No sabes lo que te pierdes. Te estás perdiendo la clave de tu existencia aquí en este universo. Inténtalo.

sábado, 24 de julio de 2010

LA FALSEDAD DEL EGO

Cuan­do uno empieza el viaje interior todo resulta claro, delimitado, porque el ego es el que controla y el ego tiene todas las guías, el ego posee todos los mapas, el ego es el amo. Cuando avanzas un poco más en el viaje, el ego empieza a evaporarse, parece ser más y más falso, parece ser más y más un engaño, una alucinación. Uno empieza a despertar del sueño; entonces se pierde toda referencia. Ahora el antiguo amo no es ya el amo y el nuevo amo todavía no ha surgido. Hay confusión y caos. Es una buena indi­cación. La mitad del viaje ha transcurrido, pero existe una incó­moda sensación, una incierta inquietud, porque te sientes perdido, un extraño para contigo mismo, sin saber quién eres. Antes, sa­bías quién eras: tenías tu nombre, tu apariencia, tu dirección, tu cuenta en el banco... todo estaba claro; eso eras tú. Te identifica­bas con el ego. Ahora el ego se está evaporando, la vieja casa se está desplomando y no sabes quién eres, ni donde estás. Todo es brumoso, lóbrego y la antigua seguridad se ha perdido.

Es bueno, porque la antigua seguridad era una falsa seguridad. No era, en realidad, una seguridad. Allá oculta estaba la inseguri­dad. Por eso, cuando el ego se evapora, te sientes inseguro. Ahora te son reveladas las capas más internas de tu ser; te sientes un extraño. Fuiste siempre un extraño. Sólo que el ego te engañó haciéndote sentir que sabías quién eras. Era un gran sueño, parecía verdaderamente real. Por la mañana, cuando te levantas de dormir, de repente no sabes quién eres, dónde estás. ¿Lo has ob­servado alguna vez por la mañana? Cuando de repente te despier­tas de dormir, durante unos instantes no sabes quién eres; ni donde estás, ni qué está sucediendo. Lo mismo ocurre cuando uno sale del sueño del ego. Percibirás una incomodidad, una intranquili­dad, una ausencia de base, pero deberías ser feliz por ello. Si esto te apena, volverás al antiguo estado donde todo era una certeza, donde todo estaba cartografiado, planificado, donde tú sabías, donde las referencias estaban claras.

Deja de sentirte inquieto. Y aunque lo estés, no dejes que te impresione. Déjalo estar, obsérvalo y desaparecerá. Pronto esa intranquilidad desaparecerá. Está ahí simplemente debido al an­tiguo hábito de la seguridad. Desconoces cómo vivir en un uni­verso inseguro. No sabes cómo vivir en la inseguridad. Esa in­quietud está ahí debido a la antigua seguridad. Se debe al viejo hábito, es un resto. Desaparecerá. Simplemente has de esperar; observa, relájate y siéntete feliz de que algo haya sucedido. Y te digo que es una buena señal. Muchos han regresado desde este punto sólo para sentirse de nuevo cómodos, tranquilos, en casa. Se lo han perdido. Estaban acercándose a la meta y dieron la vuelta. No lo hagas; continúa hacia adelante. La inseguridad es buena; en ella no hay nada malo. Sólo has de sintonizarte con ella; eso es todo.

Estás sintonizado con la absoluta certeza del ego, con el uni­verso de seguridades del ego. Por muy falso que sea superficial­mente, todo parece ser como debiera ser. Necesitas sintonizarte un poco con la incertidumbre de la Existencia.

La Existencia es incierta, insegura, peligrosa. Es un flujo; las cosas cambian y se mueven. Es un mundo extraño; empieza a conocerlo. Ten un poco de valor y no mires hacia atrás; mira hacia adelante y pronto esa incertidumbre se volverá hermosa, esa inse­guridad se volverá hermosa.

En realidad, sólo la inseguridad es hermosa, porque la inseguri­dad es vida. La seguridad es fea, forma parte de la muerte; por esto es segura. Vivir sin referencias es la única forma de vivir. Cuando vives con referencias, vives una falsa vida. Las referen­cias ideales, las disciplinas... amoldas tu vida a algo, lo ajustas a ello. No permites que simplemente sea; tratas de convertirla en algo. Todas las guías son violentas y todos los ideales son repug­nantes. Con ellos te perderás. Nunca alcanzarás tu ser. Llegar a ser algo, no es ser. Todo esfuerzo por llegar a ser, todo convertir­se en algo, te hará amoldarte. Es un esfuerzo violento. Puedes ser un santo, pero en tu santidad habrá algo feo. Y te lo digo y te lo recalco: vivir una vida sin ninguna guía es la única santidad posible.

La vida es santa; no necesitas amoldarla a nada, no necesitas moldearla, no necesitas ajustarla a un patrón, a una disciplina, a un orden. La vida posee su propio orden y posee su propia disci­plina. Simplemente fluye con ella, flota con ella, no trates de empujar el río. El río está fluyendo; vuélvete uno con él y el río te llevará al océano. Ésta es la vida del suce­der, no del hacer. Entonces tu ser se eleva, lentamente, sobre las nubes, más allá de las nubes y de los conflictos. De repente, eres libre. Descubres un nuevo orden en el desorden de tu vida. Pero la cualidad del orden es ahora absolutamente diferente. No es nada impuesto sobre ti; es íntimo a la vida.

Los árboles también poseen un orden, y los ríos y las monta­ñas, pero esos no son órdenes impuestos por los moralistas, por los puritanos, por los sacerdotes. No acuden a nadie para que les dé referencias. Su orden es intrínseco; está en la vida misma. Una vez que el ego no está ahí para manipularte, para empujarte o tirar de ti, cuando te liberas completamente del ego, en ti surge una disciplina, una disciplina interior. Carece de moti­vación. No busca nada, simplemente sucede. Es como tu respira­ción, como cuando tienes hambre y comes, como cuando sientes sueño y te vas a dormir. Es un orden interior, un orden intrínseco. Esto aparecerá cuando te sintonices con la inseguridad, cuando te ajustes a tu condición de extraño, cuando te sintonices con tu ser desconocido.

Delante de ti se encuentra la verdadera certeza. Esa verdadera certeza no se opone a la incertidumbre. Delante de ti está la ver­dadera seguridad, pero esa seguridad no se opone a la inseguri­dad. Esa seguridad es tan inmensa que contiene en sí misma la inseguridad. Es tan inmensa que no teme la inseguridad. Absorbe la inseguridad en sí misma, contiene todas las contradicciones. Unos pueden llamarla inseguridad y otros pueden llamarla segu­ridad. En realidad, no es ni una cosa, ni otra. Si sientes que te has vuelto un extraño para ti mismo, alégrate, da las gracias. Es un momento especial; disfrútalo. Cuanto más disfrutes, más descu­brirás que la certeza se está aproximando a ti, que se está acercan­do más y más rápido hacia a ti.

sábado, 17 de julio de 2010

LA ANSIEDAD Y EL CAMBIO

Has de comprender estas palabras. En la vida todo es flujo. Al ser, la vida un continuo fluir, no puedes tener expectativas. Si las tienes, sufrirás porque las expectativas son posibles sólo en un mundo fijo y permanente. En un mundo fluctuante, en un mundo que fluye, no es posible tener expectativas. Amas a una mujer; ella parece ser muy, muy feliz, pero a la mañana siguiente ya no lo es. La amabas por su felicidad, la amabas porque siempre estaba sonriendo, la amabas porque poseía la cualidad de ser alegre. Pero a la mañana siguiente, la alegría ha desaparecido. La cualidad ha dejado de estar presente y ella se ha convertido exactamente en lo opuesto a sí misma. Se siente desgraciada, está enfadada, triste, peleona, desagradable... ¿qué hacer? No puedes tener expectati­vas; todo cambia, todo cambia a cada instante. Todas tus expecta­tivas te conducirán al sufrimiento.

Te casas con una hermosa mujer, pero ella enferma y su belle­za desaparece. Contrae la viruela y su rostro queda desfigurado. ¿Qué hacer entonces?

La vejez llega y las cosas cambian: un hermoso rostro se vuelve feo; una persona feliz se vuelve infeliz; una persona dulce se vuelve muy dura. Desaparecen las canciones y aparecen las actitudes peleonas. La vida es un flujo y todo cambia. ¿Cómo vas a tener expectativas? Si las tienes, entonces habrá sufrimiento.

Si la vida estuviera perfectamente delimitada y no hubiera cambios­, si amarás a una chica y la chica tuviera siempre dieciséis años, si siempre cantara, si siempre estuviera feliz y alegre y tú también fueras el mismo; si tuvierais personalidades fijas, evidentemente dejaríais de ser personas; la vida no sería vida. Seríais como pie­dras, pero al menos vuestras expectativas se verían colmadas. Pero habría una dificultad: surgiría el aburrimiento y eso crearía sufri­miento. Nada cambiaría; entonces uno se aburriría.

Si las cosas no cambian, entonces te aburres. Si la esposa son­ríe y sigue sonriendo cada día, día tras día, al cabo de unos días empezarás a preocuparte un poco; "¿Qué le ha ocurrido a esta mujer? ¿Es su sonrisa algo real o simplemente está actuando?".

Éste es el problema de la men­te. Si la vida es un flujo, las expectativas no pueden ser colmadas. Si la vida fuera algo fijo, esas expectativas podrían ser satisfe­chas hasta la saciedad, de forma que uno llegaría a sentirse aburrido. Entonces no habría entusiasmo, pasión. Todo resultaría monótono, sin sensaciones, sin excitación, sin que suce­diera nada nuevo. En la vida que vives, el cambio crea el sufri­miento, la ansiedad. En tu interior siempre hay ansiedad; te digo que siempre. Si eres pobre, surge la ansiedad: ¿cómo hacerte rico? Si llegas a ser rico, surge la ansiedad: ¿cómo mantener aquello que has logrado? Siempre sientes miedo de los ladrones, de los delincuentes y de los recaudadores de impuestos del gobierno.

La ansiedad se ha convertido en tu estilo de vida; suceda lo que suceda, sigue habiendo ansiedad. Las expe­riencias del pasado crean sufrimiento porque siempre que pasas por una experiencia, esa experiencia deja en ti un rastro. Si la experiencia es repetida en muchas, numerosas ocasiones, ese rastro va haciéndose más y más profundo. Y luego, si la vida va en otra dirección y la energía deja de fluir por el surco de tus pasadas experiencias, te sientes insatisfecho. Pero si la vida continua igual y sigue fluyendo por el mismo surco, te aburres; entonces quieres algo de excitación. Si no hay excitación, ¿para qué seguir viviendo?

Si vives en función de tus hábitos pasados, el cuerpo siempre se sentirá bien, porque el cuerpo es un mecanismo. No anhela lo nuevo; simplemente quiere siempre lo mismo. El cuerpo necesita una rutina. La mente necesita siempre cambiar porque la mente es en sí, un flujo. No es la misma durante un solo instante. Va cambiando.

El reto crea ansiedad porque has de luchar por lo que quieres. Luego, cuando lo logras, cuando lo posees, surge otra ansiedad: la ansiedad por haber terminado con ello. Todo ha desaparecido. Es ya algo aburrido, algo muerto. La ansiedad está siempre pre­sente porque la forma que tienes de vivir crea ansiedad. No eres capaz de sentirte satisfecho. Mediante las experiencias del pasado vas sintonizándote con algo determinado... y la mente dice que se necesita excitación, que se necesita cambio. Entonces todo el cuerpo resulta alterado. Y eso crea también ansiedad.

Entonces surge una continua lucha entre las modificaciones de la mente y los tres atributos que según los hindúes constituyen tu ser. Ellos dicen que satva, rajas y tamas son los tres constitu­yentes de tu ser. Satva es el más puro, la esencia de la bondad, de la pureza, de toda santidad; el elemento más sagrado que hay en ti. Luego existe rajas, el elemento de energía, vigor, fortaleza, poder. Y tamas, el elemento de pereza, inercia y entropía. Estos tres constituyen tu ser. Y parece ser que los hindúes lo intuyeron correctamente porque ahora los físicos dicen que esos tres son los constituyentes de la materia, de la misma energía atómica. Los denominan: electrón, protón y neutrón, pero eso sólo son dife­rencias en el nombre y coinciden en que esas tres clases de cualida­des son necesarias para que exista la materia, o para que exista cual­quier cosa. Los hindúes dicen que esas tres cualidades son nece­sarias para que la personalidad exista; y no sólo para la persona­lidad, si no para que toda la Existencia exista.

Te has de convertir entonces en el testigo de tus atributos, de las modificaciones de la mente, de los trucos de la mente, de sus juegos, de las trampas mentales, de los hábitos, del pasado, de las situaciones cambiantes, de tus ex­pectativas. Has de ser consciente de todo esto. Sólo has de recor­dar una cosa: el que ve no es lo visto. Todo lo que puedas ver, no eres eso. Si puedes ver el hábito de la pereza, no eres eso. Si puedes ver tu hábito de constante preocupación, no eres eso. Si puedes ver tus condicionamientos pasados, no eres esos condicionamientos. El que ve no es lo visto. Tú eres consciencia y la consciencia trasciende todo lo que puede ser visto. El observador trasciende lo observado.

viernes, 9 de julio de 2010

LA AVENTURA DE LA VIDA

La vida es un misterio y el primer misterio sobre la vida es que puedes estar vivo y no tener vida alguna. El simple hecho de nacer no es suficiente para tener vida. Nacer es tan sólo una oportunidad. Puedes emplearla para obtener la vida y tam­bién puedes desperdiciarla. Entonces vivirás una vida sin vida. Sólo aparentemente parecerá vida, pero en tu interior no habrá ninguna corriente de vida.

Has de alcanzar la vida; te has de esforzar por conseguirla. En ti es como una semilla; necesita mucho esfuerzo, un suelo -un buen suelo-, cuidado, amor, consciencia. Solamente entonces germinará la semilla. Solamente entonces existirá la posibilidad de que algún día el árbol fructifique, de que algún día florezca. A menos que alcances el florecimiento, estarás vivo sólo en apa­riencia, pero habrás perdido la oportunidad.

El éxtasis, el nirvana, la Iluminación, como quieras llamar­lo... ése es el florecimiento. Si sigues sufriendo, no estás vivo. El sufrimiento mismo revela que no has dado el paso. El sufrimiento mismo te indica que la vida está luchando en ti para explotar, pero el caparazón es demasiado duro. La cáscara de la semilla no le permite germinar; hay demasiado ego y las puertas están cerra­das. El sufrimiento no es más que la lucha de la vida por explotar en millones de colores, en millones de arco iris, en millones de flores, en millones de canciones.

El sufrimiento es un estado negativo. En realidad, el sufri­miento no es más que la ausencia de éxtasis. Has de comprender esto en profundidad, porque sino, empezarás a luchar contra el sufrimiento y nadie puede luchar contra algo que no existe. Es como la oscuridad; no puedes combatir la oscuridad. Si luchas contra ella, eres simplemente un estúpido. Puedes encender una luz y la oscuridad desaparecerá, pero no puedes luchar contra la oscuridad. ¿Contra quién lucharás? La oscuridad no existe, no es nada. No es algo que puedas tirar, matar, o derrotar. No puedes hacer nada con la oscuridad. Si haces algo, disiparás tus propias energías y la oscuridad seguirá siendo la misma, no resultará afec­tada. Si deseas hacer algo respecto a la oscuridad, tendrás que actuar con la luz, no sobre la oscuridad. Tendrás que encender una luz y de repente dejará de haber oscuridad.

El sufrimiento es como la oscuridad; no existe. Y si empiezas a luchar contra el sufrimiento, continuarás luchando con él, pero crearás más sufrimiento. Es simplemente una indicación, una indicación natural para que tu ser se de cuenta de que la vida está pugnando por nacer. La luz no ha sido todavía encendida, de ahí el sufrimiento. La ausencia de éxtasis es el sufrimiento. Y puedes hacer algo en favor del éxtasis, pero no puedes hacer nada contra el sufrimiento. Eres miserable y continúas tratando de arreglarlo.

Aquí, en este punto, los caminos de un hombre meditativo y de un hombre común y corriente, se separan. El hombre común empieza a luchar contra el sufrimiento, tratando de crear situacio­nes en las que deje de sufrir, arrinconando el sufrimiento hacia algún lugar fuera del alcance de su visión, de su vista. El otro empieza a buscar el éxtasis, empieza a buscar el gozo, empieza a buscar el sat-chit-ananda; puedes llamarlo Dios, porque esta persona trata de que aquello -que-existe- la presencia de luz, el gozo, ­aparezca. Has de llegar a comprender que el luchar contra la oscuridad, contra el sufrimiento, es absurdo. Olvídalo y trata más bien de conseguir la luz. Una vez la luz esté presente, no necesitarás nada; el sufri­miento desaparecerá.

La vida existe sólo como una potencialidad. Has de desarro­llarla, has de actualizarla, has de convertirla en un estado existen­cial. Nadie nace vivo; sólo con la posibilidad de estar vivo. Nadie nace con ojos, sólo con la posibilidad de ver. Jesús dice a sus discípulos, "Si tenéis oídos, escuchad; si tenéis ojos, ved". Esos discípulos fueron igual que tú: tenían ojos, tenían oídos, no eran ni ciegos, ni sordos. ¿Por qué Jesús insistía en que vieran si ya tenían ojos? Hablaba de la capacidad de ver a Cristo; hablaba de la capacidad para oír a Cristo. ¿Cómo podrás oír a Cristo si no has podido escuchar tu propia voz? Imposible. Porque Cristo no es más que tu propia voz. ¿Cómo vas a ver a Cristo si aún no te has visto a ti mismo? Cristo no es más que tú mismo en tu gloria absoluta, en el florecimiento final.

La vida es una gran aventura. En la semilla, escondido en la semilla, estás seguro y protegido. Nadie te va a matar. ¿Cómo se te puede matar si no estás vivo? Es imposible. Solamente cuando estás vivo puedes ser muerto. Cuanto más vivo estás, más vulne­rable eres. Cuanto más vivo estás, más son los peligros a tu alre­dedor. Un hombre perfectamente vivo, vive en el mayor de los peligros. Por esto a la gente le gusta vivir como semilla: protegi­da, segura.

Recuerda: la vida, la naturaleza misma de la vida, es la inse­guridad. No puedes tener una vida segura; sólo puedes tener una muerte segura. Todas las seguridades pertenecen a la muerte. No puede haber ninguna seguridad para la vida. Toda seguridad im­plica protegerte, asegurarte, permanecer cerrado. La vida es peli­grosa, hay millones de peligros a tu alrededor. Por eso, el noventa y nueve por ciento de la gente elige seguir como semilla. Pero ¿qué es lo que estás protegiendo? No hay nada que proteger. ¿A quién das seguridad? No hay nadie a quien ofrecerla. Una semilla está tan muerta como una piedra del camino. Y si sigue siendo una semilla, surgirá el sufrimiento. Sufrirás porque no estás des­tinado a ser esto. Tu destino no es ser una semilla, sino nacer de ella. El pájaro ha de dejar la seguridad del huevo y elegir el vasto y peligroso cielo donde todo es posible.

El miedo a la muerte es, básicamente, un miedo a la vida, por­que sólo la vida puede morir. Si tienes miedo a la muerte, tendrás miedo a la vida. Si tienes miedo a caer, tendrás miedo a levantar­te, porque sólo una ola que se alza puede bajar. Si temes ser re­chazado tendrás miedo, miedo de acercarte a cualquiera. Si temes ser rechazado, te volverás incapaz de amar. Temiendo a la muerte te incapacitas para la vida. Entonces vives tan sólo de palabra y sólo el sufrimiento, la oscuridad y la noche te rodean.

Sólo nacer no basta; es necesario, pero no suficiente. Has de nacer dos veces. Los hindúes tienen para ello una palabra; lo de­nominan "dwij", el nacido dos veces. Eso es lo que Jesús denomina "resurrección"; un se­gundo nacimiento en el que rompes todas las protecciones, todos los huevos, todos los egos, con todo pasado, con lo familiar, con lo conocido, y te adentras en lo desconocido, en lo extraño, en una existencia llena de peligros. A cada instante surge la posibi­lidad de morir. Y con la posibilidad de morir, a cada instante te vuelves más y más vivo.

sábado, 3 de julio de 2010

LAS PSICOLOGÍAS

Todas las psicologías occidentales se basan en la patología y es necesaria una auténtica psicología que se base en la persona sana. La perfecta psicología ha de basarse en gentes del tipo Buda, no sólo en gente sana.

Lo segundo que hay que recordar, respecto a todos los pensa­dores occidentales que han resultado ser influyentes, es que han estado trabajando con gente enferma, con sus pacientes. No se han encontrado con gente sana, de modo que sean cuales sean sus descubrimientos, esos descubrimientos se basan en patologías. Una persona sana es absolutamente distinta de una persona pato­lógica. Freud nunca se cruzó con un hombre sano. Esto está fuera de toda duda porque el hombre sano nunca acude al doctor o al médico. ¿Por qué debería ir? A menos que estés mentalmente en­fermo, ¿por qué tendrías que ir al loquero? No tienes por qué. Vas sólo porque estás enfermo, de modo que únicamente los hombres enfermos acuden a esa gente, a Freud, a Jung, a Adler, a Janov. Ellos basan sus filosofías en esos enfermos.

Y esto implica que esas personas estarán desequilibradas; y no sólo des­equilibradas, sino que también serán muy peligrosas porque estos especimenes humanos enfermos no son los verdaderos represen­tantes del ser humano. Están enfermos. Es como si tú, siendo oculista, solamente conocieras a ciegos, de modo que sólo los ciegos acudieran a ti y entonces tú pensaras que el hombre es ciego por naturaleza. La gente enferma acude a ti y entonces pien­sas que el hombre es un ser mentalmente enfermo. Esto es falso, porque a menos que exista gente sana, ¿es posible la enfermedad?

Así pues, hay tres clases de psicologías. Una es patológica; todas las psicologías occidentales son patológicas. Solamente muy recientemente algunas tendencias holísticas (El holismo considera que el Sistema completo se comporta de un modo distinto que la suma de sus partes, resalta la importancia del Todo como algo que trasciendo a la suma de las partes) que consideran a la persona sana están adquiriendo importancia, pero están sólo en los comienzos. Ni siquiera han dado los primeros pasos. Hay psi­cologías de la segunda clase que consideran la persona sana, ba­sadas en la mente sana; ésas son las psicologías orientales. El budismo posee una psicología muy, muy penetrante. Patanjali tiene su propia psicología. Se basan en gente sana, en ayudar a una persona sana a volverse más sana, en ayudar a una persona sana a que adquiera más salud. Las psicologías patológicas ayudan a los enfermos a que sanen.

Y luego hay una tercera clase. Ésa - a la que Gurdjieff solía denominar "psicología suprema" – que está todavía sin desarrollar. Esa clase depende de los Budas. Aún no ha sido desarrollada porque, ¿a dónde ir para estudiar a un Buda? ¿Y cómo hacer para estudiar a un Buda? Y con sólo un Buda no valdría; has de estudiar a muchos. Solamente entonces puedes obtener algunas conclusio­nes. Pero algún día esa psicología surgirá; es una certeza. Ha de aparecer porque solamente ésa puede proporcionarte la percep­ción plena de la consciencia humana.

Freud, Jung, Janov..., todos son enfermos. Nunca han trabajado sobre sí mismos. Tanteando en la oscuridad, dando tumbos a os­curas, han dado con algunos fragmentos y entonces han formado sistemas completos. Siempre que un fragmento es proclamado como un sistema completo, se convierte en una mentira, porque un frag­mento es un fragmento.

Las psicologías basadas en patologías están bien; ayudan a los enfermos. Pero nunca pueden convertirse en la meta. Están bien, pero sólo para que sanes, para que te vuelvas normal. No es mucho. Ser normal no es mucho porque todos somos normales. No está bien estar enfermo porque sufres, pero tampoco está ex­cesivamente bien ser normal porque la gente normal sufre en mi­llones de formas.

En realidad, ser normal significa solamente adaptarse a la sociedad. Puede que la sociedad en sí sea anormal, puede que la sociedad al completo esté enferma. Ajustarse a ella solamente significa que tú eres normalmente anormal; eso es todo.

No es una gran ganancia. Has de trascender la normalidad so­cial. Has de trascender la locura social. Solamente entonces, por primera vez, sanarás.

Las psicologías orientales - el Yoga, el Zen, el Sufismo - ayu­dan a que la gente sana se vuelva más sana y santa. Se necesita­ - es urgentemente necesaria - la tercera clase de psicología porque sin ella no divisarás la meta, no percibirás el final. Ha de ser desa­rrollada. Gurdjieff hizo lo imposible, pero no tuvo éxito. La época no estaba preparada. Es difí­cil tener éxito, pero la posibilidad existe y uno ha de seguir intentándolo. Aunque solamente se arroje un poco de luz sobre esa perfecta, última, suprema psicología del hombre, incluso eso es bueno; es de gran ayuda.

Para establecer una ter­cera psicología antes han de completarse las dos primeras. Si quie­res construir una casa de tres pisos, tendrás que acabar los dos primeros antes de poder edificar el tercero. En el pasado, nunca existió una psicología del hombre patológico, nunca existió la primera clase de psicología. Nadie se preocupó por adentrarse en los dominios de la enfermedad mental, especialmente en Oriente. A nadie le preocupó porque la enfermedad podía ser eliminada sin adentrarse en ella. No había necesidad de analizar, no había necesidad de adentrarse en la mente patológica, no había necesi­dad de hacer nada al respecto. Existían unas determinadas técni­cas y esas técnicas aún existen. Simplemente podías eliminar la enfermedad.

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